Estrés por calor, cuando el verano no invita a disfrutar del aire libre

agosto 4, 2021
Estrés por calor, cuando el verano no invita a disfrutar del aire libre

PUNTOS DESTACADOS

  • Las temperaturas altas, además de acentuar la mala calidad del aire, constituyen un problema sanitario.
  • Un factor clave para determinar el riesgo es la humedad ambiental, una variable cuya supervisión resulta especialmente útil en pruebas deportivas como la maratón.
  • Kunak monitoriza la calidad del aire y la denominada temperatura de bulbo húmedo a través de sus estaciones cost-effective y sondas acopladas.

 

La baja calidad del aire no es la única amenaza que se cierne sobre el planeta.

Amén de inundaciones, tornados e incendios, este verano de 2021, por ejemplo, está mostrando que el estrés por calor lleva camino de convertirse en un problema sanitario preocupante. Así lo evidencia, al menos, el creciente número de personas atendidas en hospitales durante los episodios de temperaturas extremas.

Y aunque parezca un problema menor que se arregla con la toma de líquidos y un poco de sombra, nada más lejos de la realidad. Así lo atestiguan las más de 170.000 víctimas que, solo en Europa, produce el estrés por calor.

 

La respuesta del cuerpo humano a las temperaturas extremas

En comparación con otros organismos, la supervivencia del ser humano está sujeto a unos condicionantes ambientales estrictos. Es decir, somos una especie muy frágil frente a los vaivenes climáticos.

Contestar, no obstante, a la pregunta de qué nivel máximo de temperatura puede soportar una persona no es tan sencillo. La respuesta depende de múltiples factores tales como calidad del aire, condición física, vestimenta e, incluso, raza. Pero una de las variables más importantes es, sin duda, la humedad ambiental.

La temperatura corporal de un ser humano sano está en torno a 37 °C. Cuando los termómetros suben, la transpiración permite que esta variable permanezca estable. Pero este mecanismo de refrigeración solo funciona cuando el sudor se evapora. Y este fenómeno físico solo es posible cuando la humedad ambiental es baja.

Por poner un par de ejemplos extraídos de una interesante infografía publicada en Live Science, las condiciones ambientales a partir de las cuales se puede sufrir hipertermia tras una hora al aire libre son:

  • Unos 45-46 °C y una humedad relativa de en torno al 50 %.
  • Unos 35 °C y una humedad del 100 %.

Aunque parezca lo contrario, estos valores no son tan difíciles de alcanzar ni son ya exclusivos de las zonas tropicales. En la última ola de calor sufrida por Canadá, las temperaturas marcaron 32 °C en ciudades como Vancouver, con una humedad aproximada del 70 % (parecido a ciudades como Barcelona), lo que hizo que la sensación fuera de unos 40 °C. ¿El cambio climático? Sí, podría estar ayudando.

 

¿Cuáles son las consecuencias de una exposición prolongada a estas condiciones ambientales?

Fenómenos como las inundaciones o los huracanes copan portadas e informativos televisivos. Pero la combinación de altas temperaturas y humedad, más allá de las olas de calor noticiables, no suele recibir la misma atención. Quizás porque, como afirma Tim Andersen, investigador de Georgia Tech, «asumimos, de forma incorrecta, que los seres humanos pueden adaptarse a aumentos moderados de la temperatura global».

Esta asunción, sin embargo, queda sin efecto en cuanto se observan las consecuencias de las altas temperaturas. Y el golpe de calor es, sin duda, uno de los desenlaces más graves.

Pero el estrés por calor también puede generar otros síntomas más leves como fatiga, dolor de cabeza o mareos. Las personas con mayor riesgo, además de los colectivos más vulnerables (población infantil, personas mayores, etc.), aquellas que trabajan en el exterior o se ejercitan bajo altas temperaturas, por ejemplo.

There’s a pop-up hospital beside the marathon finish line. Every five minutes or so, a new athlete arrives on a stretcher. pic.twitter.com/99sljMj3WO

— Cathal Dennehy (@Cathal_Dennehy) September 27, 2019

 

La labor de monitorización de Kunak

¿Cómo se puede hacer frente a esta situación? Midiendo lo que se conoce como “temperatura de bulbo húmedo”. Esta variable mide el estrés térmico teniendo en cuenta la temperatura, la humedad, la velocidad del viento, el ángulo del sol y la nubosidad (radiación solar).

En Kunak, por ejemplo, llevamos a cabo la monitorización de este parámetro mediante una sonda acoplada a las estaciones de calidad del aire.

Sonda para monitorización de la temperatura de bulbo húmedo Sonda (izquierda) colocada junto a una estación de calidad del aire Kunak Air Pro
Bicicleta equipada con una estación de monitorización del aire Kunak Air Mobile y sonda de temperatura de bulbo húmedo

 

Controlar el riesgo de estrés por calor es especialmente útil en competiciones deportivas. Así, Kunak colabora con World Athletics en la monitorización de la calidad del aire, supervisando la concentración de sustancias contaminantes o partículas en suspensión. Y, por supuesto, temperatura y humedad durante las competiciones o entrenamientos. Al fin y al cabo, en el atletismo se combinan un esfuerzo físico extremo y una exposición continua a los elementos atmosféricos.

Una muestra son, por ejemplo, las pruebas de maratón. Hace un año tuvimos la oportunidad de analizar las condiciones ambientales en Sapporo, Japón. Salvo cancelación por la pandemia, esta ciudad acogerá las pruebas de marcha y maratón de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.

Esta labor se efectuó mediante varias bicicletas eléctricas equipadas con estaciones móviles de Kunak y sondas para la medición de la temperatura de bulbo húmedo. El objetivo, identificar posibles zonas de riesgo y puntos calientes de contaminación en el trazado de las pruebas. Una vez analizados los datos, la conclusión fue que, si se mantienen las condiciones registradas, las variables ambientales no deberían suponer ningún hándicap para los atletas.

 

¿Por qué conviene extender la monitorización de estos parámetros más allá del ámbito deportivo?

Es indudable que el deporte de élite, tanto por el rendimiento de los atletas como por su salud (y la del público que suele asistir a los eventos) exige supervisar estos condicionantes relacionados con el estrés por calor. Su monitorización, no obstante, también debería ser objeto de atención por parte de las zonas urbanas. Y no solo por las consecuencias que genera sobre la salud de la ciudadanía.

Las temperaturas extremas también contribuyen a acentuar una calidad del aire baja. De hecho, el cuerpo humano aumenta su susceptibilidad ante la presencia de varios factores de estrés simultáneos. Jackson et al (2010), por ejemplo, analizaron los índices de mortalidad registrados en el área metropolitana de Seattle entre 1980 y 2006 y los episodios de temperaturas extremas. La conclusión fue una clara correlación entre mortalidad y calor, especialmente entre la población mayor de 65 años. Los resultados fueron similares en un estudio realizado en Moscú que tuvo en consideración la contaminación procedente de los incendios forestales que arrasaron amplias zonas de Rusia en 2010 (2).

 

Conclusión

El cuerpo humano es una máquina maravillosa. Si el mercurio baja, tiritas para generar calor. Si la temperatura ambiental sube, sudas para mantener el cuerpo dentro de los límites saludables. Pero todo depende de los condicionantes ambientales y el equilibrio que se establece con ellos.

La tecnología sensórica ayuda a “hacer visibles” estos factores externos y lanzar alertas o poner en marcha medidas correctoras en caso de necesidad.

Al fin y al cabo, en un planeta cada vez más cálido, adaptación y resiliencia deben convertirse en nuestros principales baluartes.

Fuentes consultadas: